Yo no tengo filosofía: tengo sentidos
Lisboa con todos los sentidos: café, libros, paredes que hablan, personajes y señales.
Edimburgo, 21 de junio de 2024
Queridxs Salva, Paci y lectores triperxs:
Esta primera mitad de mes me encontró de viaje y vacaciones. Tu carta, Paci, la leí en el aeropuerto de Edimburgo esperando para abordar el avión con destino a Málaga (España) y la tuya, Salva, la leí en Lisboa (Portugal) sentada en un banco debajo de un árbol. Hoy ya les escribo desde Edimburgo en el día más largo del año y la noche más corta: el atardecer será a las 22:02 y el amanecer a las 04:26 pero en verdad el cielo nunca llega a ponerse negro. No hay tiempo para que el sol se oculte.
Al final volver al trabajo después de las vacaciones fue más difícil de lo que pensé: de lunes a miércoles tuve muchos dolores de cabeza, las piernas muy cansadas y muchas ganas de dormir. Siguiendo un poco la pregunta de cómo me siento hoy, hoy me siento mucho más contenta. Tengo planes que me entusiasman para los días que siguen y el clima está bastante amable en la ciudad.
Sus historias de cómo recorrieron París me encantan; creo que cada uno tiene que encontrar la forma de conectarse con las ciudades o los lugares que visitamos desde un lugar muy personal. Un día voy a iniciar una campaña con el slogan basta de itinerarios turísticos. A mí me gusta leer, me gustan los libros y las librerías y los papeles y los cuadernos, y con esa intención puse puntos en el mapa de Lisboa en Google Maps con la librería más antigua del mundo, la más pequeña, la más grande con libros usados. Y cuando estábamos cerca en el recorrido, las visitamos. Algunas las visité más de una vez, a otras no llegué a ir y alguna apareció de sorpresa.
Acá me tienen, posando en la Librería Bertrand en Portugal, la más antigua del mundo. Cuando comprás un libro, le ponen un sellito. Me esperaba una sorpresa arquitectónica por dentro pero no fue así, sin embargo había muchísimos libros y en varios idiomas. Pero, la librería que más me llamó la atención fue Ler Devagar, ubicada en el LX Factory, un complejo cultural reciclado en un barrio de Lisboa. Ler Devagar significa leer despacio y funciona dentro de lo que era una fábrica de tejidos, fundada en 1846, por lo que este espacio —que es también galería de arte, tiene un café y un sector de discos de música portuguesa llamado Ouvir Devagar (oír despacio)— tiene una imagen muy fabril y es un contraste espectacular entre lo nuevo, lo viejo, lo reciclado. Creo que representa muy bien el concepto de lo que es Lisboa: absolutamente hipster, alternativa, mitad rota y en decadencia, mitad moderna y en buen funcionamiento, llena de espacios y actividades culturales, paredes que hablan, personas que se manifiestan y mucha libertad para ser y estar.
¿Alguna vez hicieron el ejercicio de viajar y llevarse un libro acerca de ese lugar para leer mientras viajan? Yo soy más de leer después.
Fernando Pessoa, el escritor portugés más popular, nacido y muerto en Lisboa, escribía mucho sobre Lisboa y sus calles. Lean este fragmento de su Libro del Desasosiego:
Bajando hoy por la Calle Nueva de Almada, me fijé de repente en la espalda del hombre que bajaba delante de mí. Era la espalda vulgar de un hombre cualquiera, la chaqueta de un traje modesto en una espalda de transeúnte ocasional. Llevaba una cartera vieja bajo el brazo izquierdo, y ponía en el suelo, al ritmo de ir andando, un paraguas cerrado, que cogía por el puño con la mano derecha. Sentí de repente por aquel hombre algo parecido a la ternura. Sentí en él la ternura que se siente por la común vulgaridad humana, por lo trivial cotidiano del cabeza de familia que va a trabajar, por su hogar humilde y alegre, por los placeres alegres y tristes de que forzosamente se compone su vida, por la inocencia de vivir sin analizar, por la naturaleza animal de aquella espalda vestida.
Desde que volví de Portugal estuve leyendo algunos de sus poemas; “Mi Mirada” es hasta ahora mi favorito, y esta frase:
el mundo no se ha hecho para pensar en él
(pensar es estar enfermo de los ojos),
sino para mirarlo y estar de acuerdo…
Me interesa esta idea de observar sin juzgar, de aceptar que el mundo, las ciudades, la vida son como son, y mirar, y sentir al mirar; ver lo maravilloso en lo más banal, lo más mundano. Es una filosofía que me calma; me alegra haberla descubierto y pienso volver a ella cuando me sienta en la oscuridad de intentar cambiar las cosas que me son ajenas, de que nada es suficiente, de que no produzco lo necesario, de que no voy tan rápido como debería. ¿Cómo se sienten con esto? Me interesa saber qué piensan.
Ahora me imagino a Pessoa caminando por las calles que caminé yo, yendo y viniendo, escribiendo sobre las personas, la ciudad. Respondiéndote, Salva, es justamente caminando cuando yo me pongo a pensar y filosofar conmigo misma, profunda y creativamente. Algo en el movimiento mecánico y aeróbico del cuerpo me activa la cabeza.
Hay un café en el centro de Lisboa donde Pessoa se sentaba a escribir y se reunía con otros escritores y pensadores de la época a discutir y filosofar, como pasaba en los cafés de Buenos Aires. Es el café A Brasileira, fundado en 1905; hasta tiene una escultura de Fernando en la entrada. Si tengo que describir Lisboa en sólo dos palabras, elijo café y libros. Con N fuimos dos veces a A Brasileira a tomar una bica (un término para definir un café expresso que nació en este lugar) y comer pastel de nata (tal vez el dulce tradicional más popular de Lisboa; hay que ponerle azúcar y canela arriba) y desde nuestra mesa en la vereda escuchamos músicos callejeros mientras veíamos la gente pasar.
Desde que vivo en Edimburgo, ya hace más de tres años, que sentí una liberación muy fuerte en mi forma de habitar una ciudad. Estoy segura que ya escribí sobre esto alguna vez, pero quiero retomarlo brevemente: el acoso callejero por ser mujer, acá no lo siento. No hay miradas raras, silbidos, comentarios al oído cuando pasas cerca de un tipo. Algo con lo que conviví toda mi adolescencia y adultez joven en Buenos Aires pero que, gratamente sorprendida, no viví cuando volví a Buenos Aires en 2023, después de casi cuatro años de no visitarla. Sin embargo, en Edimburgo, no hay nadie que te juzgue por cómo te vestís, por cómo vas por la calle. Siento una libertad por simplemente estar en la ciudad, quedarme horas en un café, en un banco, anónima, sin sentir ningún miedo, ninguna inseguridad de sentirme observada. En Edimburgo la gente se viste como tiene ganas. Siempre lo comparo con mi primera —y única— vez en París, donde sentí que todas las otras mujeres iban vestidas con muchísimo “estilo” y yo me sentía entre desubicada y zaparrastrosa, fuera de código. Ojo, yo cuento con un privilegio que es mi tono de piel, mi color de pelo, mi cara europea, porque en Edimburgo sí hay silbidos y comentarios y acosos y abusos a inmigrantes africanos, ucranianos y otros. A una compañera de trabajo africana, que vive en Escocia hace más de veinte años, la rodeó un grupo de adolescentes escoceses varones en la calle mientras le decían frases que incluían la palabra gorila y banana, volvé a tu país, lo que me hizo estallar en lágrimas. A otra, le tiraron un líquido desde un auto, sólo porque tenía la piel oscura. Por suerte, en Edimburgo hay muchos inmigrantes y personas que van y vienen de todas partes del mundo y que trabajamos para hacer de este un lugar mejor, lleno de diversidad y respeto.
En Lisboa sentí un poco de todo pero mucha revolución en palabras, paredes que hablaban. Como una ciudad peleando por algo. Como el activismo de Villy con sus pósters en la calle, avisando que los polos se derriten, diciéndonos cosas.
Para seguir en la línea del poder de las palabras, los mensajes que se nos aparecen y las señales que tenemos que descifrar, les propongo que agarremos un libro con algún propósito —por ejemplo, yo voy a agarrar el libro que me compré en Lisboa—, elijamos un número de página —yo voy a ir por el número del día de hoy— y una línea de esa página —decidí que será la línea 20. Ese va a ser nuestro oráculo, nuestro mensaje secreto. Acá el mío:
“(...) aquella bonita tarde de Ljubljana, con músicos bolivianos tocando en la plaza, con un joven pasando frente a su ventana, y estaba contenta con lo que sus ojos veían (...)”.
¿Cuál es el mensaje de mi oráculo? Parece que no dice mucho al principio, ¿no? Pero dice todo: le da un cierre perfecto a la sensación que tengo en este momento, esta mañana que escribo esta carta. Recordando un viaje, una sensación de verano, observando la ciudad, sintiendo lo que está pasando, los músicos en la calle, los turistas, los locales, el tránsito. Tan simple y bonito como eso, un día en la ciudad. Hoy me siento contenta, en calma.
Les dejo una playlist de fado, la música popular portuguesa, especialmente en Lisboa: guitarra y poesía.
Abrazos, espero con ansias sus cartas.
Con amor,
Belu.