Copenhague, 6 de junio 2024
Hola Belu, hola Salva, hola Triperxs:
En algún momento que todavía califica como “hace poco”, estaba hablando con alguien (o tal vez conmigo misma) sobre cómo fue que terminamos usando una estructura tan aburrida y, a veces, abrumadora, para las conversaciones empezando por la pregunta ¿cómo estás? No es que no me interese cómo está la otra persona, pero creo que en la fórmula lo menos que hay es interés. Mi tío P. tiene una forma de saludarte que me fascina, no creo que sea premeditada ni analizada, cuando te ve, después de un abrazo brevísimo que estoy segura podría ser una palmada en la espalda y ya, te dice “¿cómoestás,bien?”. El bien no entra exactamente en la pregunta, tiene la entonación, pero es más bien una respuesta.
Una vez, en una cena navideña de un trabajo que tenía, pusieron en las mesas unos cuenquitos con muchos papelitos adentro. Cada papelito tenía una pregunta completamente aleatoria, como por ejemplo “si viajaras 500 años al pasado, ¿qué te llevarías para probar que venís del futuro?”. Eran ice-breakers, incentivos para iniciar charlas y hablar con compañeros de trabajo. Por un tiempo solo asocié la actividad a una cuestión danesa, nórdica si se quiere: son muy diferentes a nosotres, les latines, al momento de socializar. Si no te conocen, les cuesta. Y si te conocen, también porque si ya saben de qué trabajas, cuánto ganas, por qué elegiste Dinamarca para emigrar y cuáles son tus planes para la vida adulta, para qué indagar más. Sin embargo, me encantaría animarme a llevar conmigo una bolsita de preguntas y arrancar así cualquier interacción con personas, conocidas o no. En las respuestas habrá tiempo para entender cómo estamos.
Dicho todo esto, voy a cambiar mi pregunta de entrada, pero antes necesito contarles otra referencia. Cuando era chiquita, mi mamá me contaba un cuento antes de dormir. Jugábamos mucho a inventar mundos con palaras, pero también con cosas, con mi hermana siempre tuvimos la chocita del patio, un rejunte de chatarras bajo la cobija de algún árbol. Había un cuento inventado que era el más frecuente, las aventuras de Pacita y Pascual Angulo. Resulta que Angulo tenía una puerta secreta detrás de una cajonera que se comunicaba con un mundo de superhéroes y la invitaba a Pacita a jugar. La historia siempre empezaba igual: golpeaban la puerta y les abría Alfred, el mayordomo de Batman, quien les preguntaba con quién querían tener la misión del día. En honor a esas historias y al intento de sincerarme con lo que me interesa saber, les pregunto: ¿con quién tendrían una aventura hoy?
Salva, me dejaste pensando en tu frase “trabajo leyendo pero mi trabajo no es leer”, primero porque suena como una de esas adivinanzas de hora del recreo en la primaria, que se vuelven una novedad muy efímera, se va creando como una ola de niñes que saben la respuesta y van buscando por todos los rincones a otres niñes que no se la sepan. Una sonrisa de dientes de leche mezclados con dientes permanentes, demasiado grandes para la boca, desproporcionados, que pregunta “¿qué es?”. Segundo, porque me parece muy lúcida la división y me recuerda a los años de universidad, donde acumulé lecturas por placer que todavía siento como pendientes.
Tengo libros por todos lados y empiezo más de uno a la vez, ¿ustedes hacen esto? Hay personas a las que se los digo y reaccionan como si yo fuera una especie de superdotada. En general, yo creo que es más una necesidad de abarcarlo todo. Aunque, a mi favor, también suelo tener libros muy distintos entre sí como para leer en diferentes escenarios, por ejemplo, uno en inglés, uno en español, uno muy teórico, una novela. Hablando de uno en inglés, uno es español, les confieso que uno de mis sueños es tener el superpoder de despertarme un día y saber todos los idiomas del mundo. No me importa hablarlos, yo los quiero saber leer para poder saborear las palabras exactas que eligió la persona que escribió. Por eso será que amo los libros con notas de traducción.
Entre el 2016 y el 2018 viví en Nueva Zelanda. Apenas llegué, mi nivel de inglés era el resultado de la música de mis papás, las películas subtituladas, el karaoke de Much Music y la escuela. Tocaba de oído y seguí así por un tiempo, así que en varios de mis trabajos entendía mitad de la consigna y el resto lo sacaba por contexto. Esto mismo hice con las propuestas que dejaron para estas dos semanas y en un momento, las combiné. Fui a un lugar nuevo y me traje un papel que junté de la calle. Así como guardo juguetitos si me los encuentro, también junto papeles. Es un embrujo, si me llamó la atención tengo que agarrarlo y una vez que lo agarro me lo tengo que quedar, como si algo de mí se quedara en el papel. Pero también como si fuera una pista, una señal que tengo que descifrar. Descifrar es una excelente manera de crear historias, arriesgo a decir que es una de las que más me fascinan. Porque implica interpretar y conectar interpretaciones con otras posibles interpretaciones.
Fui a París. Mi primera vez en Francia, mi primera vez en París. 48 horas, de las cuales 16 dormí y 7 estuve en un festival. Todo el resto me lo pasé caminando por calles por las que no había estado jamás. El primer día, un sábado con lluvia, anfitriones locales nos llevaron por Montmartre. Dejarse guiar es una forma de conocer que a veces me cuesta, sin embargo, que otre dirija me da un infinito espacio para perderme en los detalles. También encuentro emocionante la superposición de miradas, mis ojos viendo por primera vez lo que para otro es cotidiano, tan cotidiano que se vuelve especial.
El segundo día, marqué en Google maps los lugares que quería ver: el barrio latino, Notre Dame, el Louvre, les Champs-Elysées, el arco del triunfo y la torre Eiffel. Salimos con M del hotel, un edificio de 3 pisos que había pertenecido a un señor que terminó siendo primer ministro de China. Está bien, acepto que los lugares que había marcado en el mapa son mundialmente conocidos y no me voy a hacer la humilde como si les estuviera contando que recorrí mi pueblo en Santa Fe. Tampoco estoy hablando de una ciudad de la que no conociera nada de nada. El ejercicio involuntario pero muy orgánico, fue recurrir a la pantalla del teléfono lo menos posible y embarcarnos en una conversación sin fin. Caminamos y caminamos hablando, riendo, llorando, comiendo, oliendo, observando como si supiéramos el camino. Como si París fuera nuestra casa.
En estos días son las elecciones para el Parlamento Europeo. En Copenague es fácil enterarse que alguna elección: de un día para el otro todo poste de luz, baranda de puente, árbol, reja, alambrado se llena de carteles rectangulares con la cara del candidato/a y dos o tres palabras. Se llena tómenlo como literal porque es un cartel al lado del otro armando un cordón de caras que te miran mientras te moves por la ciudad. Todos los carteles tienen el mismo tamaño, todas las fotos son como fotos carnet. Son días en los que creo que nos va a dar mal de ojos. Hay uno que es mi preferido, el de un tal Villy, un señor pelado que exclama que el hielo de los polos se está derritiendo. Es complicado resumir tu plataforma política a una sola frase. Sin embargo, a mí la frase de Villy más que alarmarme me da una respuesta ante cualquier indecisión, no puedo entenderlo de otra manera que no sea “hace eso que estás pensando porque todos vamos a morir”.
Volviendo al tema de las interpretaciones, estoy en modo “consumos sobre sectas”. Sólo miro series sobre cultos, cada uno más extravagante que el otro como este con el que estoy ahora en el que los miembros son Tik Tokers que bailan, abandonaron a sus familias y se fueron a vivir a una mansión de una especie de mesías, un hombre de traje que habla de dios y tiene una suerte de productora. Villy alertando sobre los polos tiene un punto, estamos destrozando el planeta y deberíamos (pre)ocuparnos. No puedo comparar sectas con movimientos sociales ni con activismos. El punto que quiero compartir es una especie de obsesión que tengo con las formas en que le damos sentido a lo que nos rodea, para dónde salen disparadas las historias que elaboramos para comprender lo fáctico y lo real que creamos a través de esas narraciones.
Todo esto para invitarlos a una actividad que, espero, no termine en un experimento social como el del movimiento que aclama que los pájaros no existen. O sí, tal vez ya quiero que dejemos de hacernos las serias y nos entreguemos completa y abiertamente a habitar fantasías. En el 2021, durante un respiro en el confinamiento por el Coronavirus, estaba en un descanso de un curso cuando solté una idea: ¿qué pasa si todo esto tiene que ver con la carrera por vivir en Marte? Marte no tiene atmósfera, por ende, deberíamos construir ciudades cerradas en las que todo se haga sin poder salir a un afuera. Entonces, ¿y si esto es una prueba para ver quiénes son los más aptos para formar una nueva sociedad en otro planeta?
La idea era, para mí, un juego de la imaginación, ficción desde la primera palabra. Me sorprendió mucho que algunas de las personas presentes la tomaron como algo un poco más serio, un tanto posible. Esta es la invitación: inicien una teoría conspirativa, que al final suele terminar un poco en un culto. Piensen en el principio, la pregunta que desafía lo que conocemos ofreciendo una alternativa que, de tan absurda, podría ser posible.
Hasta acá llego hoy. Para mi próxima carta vamos a estar cerca de San Juan y les voy a contar cómo es vivir días que duran 20 horas.
Les quiero mucho,
Paci