Querides amigues:
Esta carta puede ser un desorden o puede ser una experiencia similar a limpiar en profundidad una habitación llena de cosas un sábado sin planes: una actividad que se arranca con el entusiasmo enfocado en la tarea y que, a medida que encontramos objetos diversos e interesantes va cambiando de rumbo hasta dejarnos disfrazades, un tanto mareados, contentes pero exhaustos y con el cuarto probablemente más desordenado que antes. Les propongo que entremos con un producto de limpieza en la mano que sólo nos guste por su olor, el mate listo y la certeza de que será todo un juego infantil más que un real intento por poner cosas en su lugar.
Yo entro con el Blem que huele a todas las casas en las que he vivido, en las que tal vez no había contrapiso hecho y teníamos que tirar agua con una botella cortada antes de barrer para que no se levante polvo, pero los dos muebles buenos, de madera linda, eran cuidados, se les sacaba brillo. Acá no hay Blem ni nada que se le parezca en aerosol. Tampoco hay tantos olores para elegir al momento de limpiar, lo que abundan son las cosas “perfume free”, dicen que por las alergias. Mi mente no concibe que algo que sea para limpiar no tenga olor, siento que es un pecado perderse el registro que un sentido tiene cuando nos ponemos ropa limpia, la satisfacción de percibir el resultado de la tarea con el cuerpo entero. Me pregunto si las personas que viven acá por muchos años se están perdiendo la enorme cantidad de recuerdos que se crean y se activan por un olor.
Les anunciaba lo ecléctico de esta carta porque me encuentro escribiendo entre un montón de acontecimientos: estuve aislada del mundo, desaprobé un final, conseguí un trabajo nuevo, fui a un casamiento en otro país, empezó el verano. Así me siento, como si me acabara de sentar a comer una ensalada de frutas a la sombra y descubro que tiene muchas, muchas cerezas al marrasquino: contenta, fresca y entusiasmada aunque un tanto estresada por tener que resolver una tarea inesperada como pescar y sacar todas las cerezas porque no me gustan. También me siento un poco desenfocada, podrán apreciar que me está costando desarrollar una idea concreta y directa, menos mal que la poesía siempre nos salva. Sospecho que necesito vacaciones, de esas en las que el verano se traduce como tirarse en una sombra a comer sandía.
Como quiero enfocarme en los dos últimos sucesos de la semana, voy a hacer un repaso breve de los tres primeros: tuve problemas con mi banco y con mi compania de teléfono que me dejaron una semana sin tarjeta y sin servicio en un país en el que, prácticamente, no se usa efectivo y todo, todo, pero todo, se valida con alguna app: abracemos la idea que telefonía, bancos y seguros entienden la globalización en términos de vamos a funcionar mal en cualquier parte del mundo. Para matizar, quedé en un nuevo trabajo que me entusiasma: ahora soy guía en un museo inmersivo que acaba de abrir cerca de mi casa. Como tiendo a decir a todo que sí, por unos días tuve tres trabajos y me imaginé sin días libres. Pero tomé una determinación y media: renuncié a uno e hice que un poco me “renunciaran” del otro. Me costó, estoy segura que se me murieron un par de neuronas en el medio.
Esta es mi manera de pensar en el trabajo fuera del trabajo, estar constantemente intentando que lo que hago me defina y que esa definición me haga feliz pero, como eso es muy complejo, filosófica y materialmente, y como en algunos ámbitos soy una esclava de la responsabilidad y me da terror defraudar a alguien (o quedar como una tonta), termino en situaciones como esta de preferir imaginarme la vida sin descanso en lugar de ser decidida y, con una gran y honesta sonrisa, decir gracias, me voy. Especialmente cuando lo que estoy haciendo no es más que un medio para pagar el alquiler y comer. ¿Alguna vez tuvieron un trabajo del que pudieron desprenderse completamente como personas? Marx diría que es alienación pero lo mío es más simple, me intriga si experimentaron el punto de ser conscientes que lo que están haciendo es sólo un intercambio de horas/fuerza de trabajo por dinero.
Pensando en los trabajos innecesarios creo que son a lo que aspiro porque los necesarios, en términos muy binarios, son los peores pagos. Necesarios para el mundo en el que vivimos, los trabajos de sostén, aquellos que en general hacemos les migrantes cuando no estamos en casa y que muestran un poco o mucho los hilos que se le escapan a la trama social en la que vivimos. Me puse muy politizada, muy de izquierda así que para suavizar y ejercitar lo de responder a las preguntas de manera directa y concreta digo que mi trabajo innecesario soñado es uno que me inventé hace poco mientras desayunaba en un café con brunch buffet, dos palabras que me ponen la piel de gallina: trabajaría de tener bebés a upa y hacerles morisquetas mientras la mamá come tranquila con las amigas. Mientras desarrollo esta idea de negocio, les comparto esta película, Gigantic. Un chico que trabaja justamente de probar (y vender) colchones y cuyo sueño es adoptar un bebe chino conoce a una clienta bella, rica e interesante con la que comienza una relación de esas que marcan. Ella es Zooey Deschanel en otra versión de 500 días con ella, pero hay muchas conversaciones lentas y profundas en contextos cotidianos que se vuelven extraordinarios y especiales.
El mismo día en que me quedaba sin teléfono, desaprobé un final. Mi terapeuta dice que hay una parte de todo esto que es un golpe a mi narcisismo y tiene un punto si considero que estaba por aclarar, como quien expone sus credenciales, que es (tan solo) el tercer final que desapruebo en la vida, sin contar una prueba de matemáticas del secundario. Tengo el ego haciendo berrinches. También tengo mucho sueño, quisiera despertarme bilingüe y moverme como pez en el agua en el sistema universitario danés. En estos momentos extraño lo conocido y me frustra no entender, pasar por los espacios sin hacerlos míos me deja indefensa, como habitar una lengua que no es la mía, que no es en la que leí e internalicé añios y añios de teorías. Para ser concreta, extraño las paredes intervenidas con carteles de la UNR, la invitación a sentarse en cualquier lado a hacer rancho, la certeza de saber los lugares donde encontrar caras amigas.
En medio de esta desconexión un poco forzada por la tecnología, un poco por mi necesidad de reagrupar y ajustar la estrategia, viajé a Italia para celebrar el casamiento de G., la hermana de M. Una aventura en la que, otra vez, quise despertarme bilingüe pero ya no por exponer mi inteligencia o capacidad para responder una pregunta de examen sino para abrirme mejor a la vida de M, su familia, sus lugares, las historias que lo llevaron hasta el punto que nos conocimos. Escribiendo estas sensaciones me vienen a la mente las conversaciones con amigues sobre el deseo, sobre lo que nos motiva a hacer determinadas cosas. Aprendo inglés para adaptarme mejor, es una herramienta que no me desagrada pero tampoco me parece bella, es útil. Intenté aprender danés en un arrebato por querer ser alguien en el país en el que elijo vivir pero enseguida me dí cuenta que no me interesaba en lo más mínimo y que, como me puedo morir mañana, no quisiera que justamente eso sea lo último que haga, prefiero organizar un gran almuerzo al aire libre. Deseo aprender italiano fluido por amor.
Pasé todo el fin de semana en el Veneto sintiéndome verdaderamente afortunada, los casamientos me gustan mucho, las celebraciones en general me gustan mucho, pero los casamientos tienen una combinación de factores que los hacen especiales: se come muy bien, se baila muy bien y todo se vive con una llama juvenil. Siento que, independientemente de lo que pensemos con respecto al matrimonio como una institución, un sacramento, un contrato, hay una expresión de infinita ternura al ver a una pareja celebrar su amor, hay algo en los gestos, en las miradas, en las emociones que los muestra como en lo más puro de la infancia, volviendo a vivir en un mundo donde todo es posible excepto imaginarnos la vida sin la otra persona. Y esa sensación, se contagia.
Si no entendí mal, la persona que ofició de casamentero es amigo de les novies. Ese es otro aspecto de los casamientos que me gusta: la fusión entre amigues y familia, los testigos de las múltiples versiones de une reunidos y festejando. S., el del registro civil, dijo en su discurso que es en el matrimonio donde comienza la familia. No sé si estoy tan de acuerdo, ¿Podrían decir ustedes a dónde empieza una familia?, ¿hay un comienzo?. Su frase me dejó pensando porque al mismo tiempo que entiendo la parte legal, yo estaba rodeada de personas que acababa de conocer y, sin embargo, me sentía cuidada, querida, bienvenida. Me sentía en familia.
Ahora sí, estalló el verano, lo trajimos desde Italia. Parece que va a durar solo una semana y para cuando estén leyendo esto es probable que ya esté lloviendo otra vez. Pero hoy escribo con 30 grados, mi pasado en un enero rosarino se me está cagando de la risa mientras me dice en qué te has convertido, floja. Eso es algo que cambió en mí desde que me mudé a Dinamarca: sigo siendo del equipo del verano pero ya no me entusiasma para nada que el termómetro marque más de 27 grados. Copenhague no está preparada para picos de calor, en días como hoy el tren y el metro, sin aire acondicionado, son una caldo en el que parece que nos vamos a quedar todes pegados a una masa invisible y viscosa.
El 23 de junio fue el día de San Juan (Sankt Hans) y en Dinamarca se celebra con grandes fogatas, recitados y canciones. Está todo muy organizado, con horarios de encendido por zonas, escenarios con bandas en vivo, mucho brindis y celebración. Hay algunas fogatas flotantes en el canal mayor, en algunas locaciones te dan un papelito con las canciones más famosas, en danés por supuesto, y es un juego divertido tratar de meter esas palabras de sonidos raros en la melodía. El solsticio de verano/invierno le da la bienvenida a la noche más corta o a la más larga, dependiendo de qué lado del mundo está una parada. El fuego viene de rituales paganos así que probablemente de todas las explicaciones que andan dando vueltas todas y ninguna sea totalmente cierta. A mí me alegra la que cuenta que el fuego es una forma de darle energía al sol porque, a partir del solsticio, empieza lentamente a mostrarse por menos tiempo, como si se fuera apagando para quedarse casi en la nada al comienzo del otoño.
La primera vez que estuve en esta ciudad, mi primer verano en el hemisferio norte, me tomé con toda naturalidad el calor en junio y que prendieran fuegos en el día de San Juan. Enseguida me dí cuenta que para mí eran partes normales del año porque en Argentina tenemos el veranito de San Juan, unos días de junio en los que hace un calor atípico para el casi estrenado invierno y yo soy tan de ciudad como de pueblo, así como me muevo como pez en el agua en las grandes urbes, llevo conmigo la magia de la siesta y sus sonidos, la necesidad de saber el apodo de las personas y el respeto por la meteorología a-científica. Ese primer junio recuerdo haberme vestido con una pollera y medias cancanes, lo que indica que no estaba a tono con el verano escandinavo sino que habitaba con liviandad un otoño en el sur del cono sur. Lo de las fogatas también es una herencia pueblerina, San Juan es el santo patrono del pueblo vecino al mío (el del mío es Santa Rosa, la de la tormenta) y hasta hace unos años prendían una fogata en la plaza.
Empezado junio, pasa lo mismo que en Edimburgo: entramos en la etapa del año en la que parece que fuera de día todo el tiempo. Me acuerdo que cuando volví a mudarme a Copenhague luego del año en Valencia, una de las primeras cosas que hice fue una videollamada con Salva que empezó a mis casi 23 hs y terminó a mis casi 3 de la madrugada, en esa charla vi el anochecer y el amanecer, me sorprendieron los pájaros cantando la bajada y la salida del sol y me acordé un poco de El Principito hablando con el farolero en el planeta que gira cada vez más rápido. Cada mes de la primavera y el verano cambian las flores que decoran la ciudad, hay muchas flores silvestres que van a cambiar de margaritas y amapolas a otras de las cuales, todavía, no me sé los nombres. También empieza una concatenación imposible de eventos, conciertos y festivales. Se vive con un frenesí que tal vez sólo tenga sentido para quienes vivimos acá al menos un año. El cuerpo realmente extraña la vitamina C.
Esta semana, pasadas las fogatas, es la última semana de exámenes para los estudiantes de secundaria y celebran su graduación de una forma muy divertida: se ponen unos gorritos de marinero, se suben a un camioncito con acoplado abierto, lleno de banderas y globos, y se van de fiesta por la ciudad, tomando y escuchando música, parando casa por casa de los graduados para ser agasajados con bebidas y comidas. Para el final de la noche casi nadie queda en pie. Día tras día, por aproximadamente una semana, las calles de la ciudad son pura fiesta y borrachera. Ver los camiones, esperar que aparezcan, es para mí un indicador temporal como lo son las frutillas y el olor a jazmín. Una pista y una confirmación de que la calidez del verano está a la vuelta de la esquina.
Ahora me despido a ver si logro concentrarme, reconectar con mi yo del 2012 que podía escribir un trabajo final de la universidad mientras se derretía en el departamento sin aire acondicionado. Pero antes, porque siempre es bueno tener excusas para postergar las tareas que nos cuestan, me di una vuelta por la biblioteca en la que vine a trabajar para consultar mi oráculo. Vine a la que tengo más cerca de casa, la biblioteca real más conocida como el Diamante Negro (Den Sorte Diamant). No les voy a decir más nada sobre este lugar fabuloso porque en mi próxima carta pienso llevarlos a pasear por mi barrio y, a cambio, les dejo una propuesta: tomense 15 o 20 minutos para escribir una guía sobre su calle, cuéntenlo como si se lo contaran a alguien que nunca estuvo ahí, quedénse en todos esos detalles que ven cuando caminan por su cuadra. Hagan fantástico lo cotidiano.
Dicho esto, estoy en una parte de la biblioteca donde sólo hay libros en danés. Me gusta complicarle las cosas a mi oráculo. Mirando a mi alrededor me encontré con una bella edición de Los peligros de fumar en la cama, de Mariana Enriquez. Tomé el libro y dejé correr las páginas entre mis dedos mientras contaba hasta 7, mi número preferido. Abrí en las páginas 80-81 y me quedé con la 80 porque quería el número par. Dejé que mis ojos me guíen entre las palabras desconocidas, encontré Buenos Aires, como quien encuentra un faro. Encontré una frase solitaria. Me voy a quedar pensándola mientras me hago parte de la ciudad que hoy elijo.
Hasta pronto amigues, les mando abrazos y sol.
Espero con mucha alegría sus cartas.
Les quiero mucho,
Querida Paz, me encantó :) El año que entra se gradua Irene y viene el camión a casa. ¿Quieres venir? Pd. Y como somos muy danesas pues aparta la fecha con un añito de anticipación:)