Queridxs Paci, Belu y triperxs:
Mayo se va desgastando aunque paradójicamente yo me estoy recuperando. Terminada la feria del libro volví a la rutina y a conectar con las palabras y las cosas. Ahora, me dedico un tiempo a mí y les dedico un tiempo a leerlas a ustedes y compartirlo desde distintos lugares pero sincronizados con la mente.
¡No sabía lo de Shigeru Ban! Me parece que los baños públicos no solo son un buen tema para hablar de la necesidad de orden y limpieza en la sociedad japonesa sino que también es una buena oportunidad para reivindicar el derecho a la ciudad que tenemos como habitantes de un lugar. Poder pensar, opinar y ocupar los espacios públicos según la necesidad de quienes residimos en ella me parece interesante rescatar. Así que suscribo todo lo que analizaste Belu.
Mi momento komorebi lo tuve recorriendo una vez el Jardín Botánico. En días soleados, me gusta ver cómo las hojas de los árboles cuelan la luz, generando una sombrilla natural, formando como dibujos que se ramifican por el cielo. El jardín fue diseñado por el paisajista Carlos Thays, a quien le debemos además de numerosos parques, calles, barrios y plazas, la introducción y cultivo de la yerba mate en el país. Así que cada vez que se ceben unos buenos amargos, dedíquenle un tiempito a él. El Botánico me parece un lugar ideal para escaparse de la ciudad en el medio de la ciudad. Buscar un respiro, un momento y fijarlo en una foto.
Si alguien entra por primera vez al departamento que habito actualmente, lo primero que va a notar es que hay varias bibliotecas repletas de libros. Ojo, es un poco como la postal de Tom Gauld que mostrabas Paci, no todos fueron completamente leídos. También se va a encontrar con varias fotos colgadas de paisajes obtenidas de algunos de mis viajes, muchos discos de vinilo y CD’s y unos cuantos DVD’s, casi que podría ser la casa de Hirayama. Creo que un poco de todo eso me define: los libros, la música, la fotografía y las películas. Soy lo que leo, lo que escucho y lo que veo. Sin embargo creo que muchas cosas materiales pueden representar una parte de nosotros pero no nos definen totalmente. Somos más que la acumulación de nuestras posesiones más preciadas, somos eso que hacemos con lo que decidimos hacer con ellas.
Hace varios años, en mis primeros tiempos de librero, solía comprar asiduamente (por el descuento) todos los libros que podía, sabiendo que algún día los iba a leer pero ya con la tranquilidad de tenerlos. Con los años, leí muchos, algunos los dejé, otros no se por qué me interesaron en su momento. Un día, decidí deshacerme de algunos. Llené varias bolsas y las llevé a la plaza más cercana: hice una suelta de libros. De noche, casi de incógnito, dejé en cada banco un libro con la ilusión de que alguien a la mañana pasara y se sorprendiera con alguna lectura. Podría haber evitado el anonimato y hacerlo a la luz del día, pero preferí quedarme con la incertidumbre de no saber qué iba a pasar. Quizás alguien los juntó todos y los vendió. O alguno los tiró, quién sabe. Decidí que esos objetos ya no me pertenecían, dejaban de ser mis posesiones y pasaban a ser de otrxs. Dejé que el azar los haga llegar a distintas manos. Me sentí más liberado, de cuerpo y de mente. Me parece que eso también me define, poder ayudar a alguien de alguna forma a encontrar eso que lo mueva hacia otro lugar.
Trabajo leyendo pero mi trabajo no es leer, por eso lo hago fuera de mi trabajo. Suelo leer en algún medio de transporte o a la noche antes de dormirme, tengo mi tsundoku de pendientes y siempre llevo un libro en mi mochila. Leer es un hábito, y como tal, lo ejercito. Miré el corto de Rude y me hizo acordar a las instalaciones de Liliana Porter, una artista plástica argentina que también trabaja con muñecos. Increíble lo kitsch y misceláneo que pueden resultar a veces los objetos que se encuentran en una casa, ¿no? Son como capas de una lasagna de acumulación de chucherías durante generaciones.
Vi un corto islandés que se llama Nest. Es la historia de una casita del bosque (más bien en un fiordo, en altura) y los niñxs que la habitan. La cámara es fija y muestra el progreso de la casita y las distintas estaciones que atraviesa. La vemos frente a las inclemencias del clima nórdico, rodeada de pájaros, llena de nieve, con luces, cada vez más equipada y bella. Pese a todo, se mantiene ahí, incólumne, mientras los niñxs juegan y se divierten alrededor y dentro de ella. Una casa que genera muchas emociones y aventuras, imaginadas y no tanto. ¿Ustedes de chicos no imaginaban cosas con muy poco? Pienso en esa casita como hogar y como refugio, como pertenencia y como resguardo de lo que habita en el exterior.
Habitar un lugar es darle una impronta, la propia. También es acomodarse y adaptarse. El lugar se apropia y nos apropia. Pienso que habitar también es un hábito que se ejercita como la lectura, se tensa, se incorpora, se acostumbra. Un hábitat donde nos sintamos cómodxs. Donde podamos compartir y co-habitar con otrxs. ¿En qué lugares en sus ciudades se sienten realmente cómodxs? ¿Qué es lo que les genera esa sensación?
Les propongo que cambien de perspectiva por un momento y se imaginen en un lugar que no conocen o nunca estuvieron pero les encantaría visitar. Busquen fotos, mapas, circulen por sus calles. Busquen una casa, imaginen que la habitan, las cosas que guardarían. Piensen sus rutinas, sus recorridos. Vayan de un plano más general a un primerísimo primer plano. Observen a su alrededor y luego a su interior. ¿Cómo creen que se sentirían habitando un lugar así?
Me quedo imaginándome en un paisaje islandés y ahora si me despido no sin antes dejarles este lindo tema coral para que las acompañe en los momentos en que necesiten habitarse.
Las leo la próxima semana.
Las quiere,
Salvo.